Aquellos veranos en el pueblo…

Tengo un amigo que dice que hay dos clases de personas: las que tienen pueblo y las que no. Él, por supuesto, pertenece al primero de los grupos como, estoy segura, muchas de vosotras, bien porque hayáis nacido en un pueblo, bien porque tengáis la oportunidad de pasar algunos días al año en uno de ellos. Yo pertenecía al segundo… ¡pero ya no!

Hoy puedo decir que quienes ‘tenemos pueblo’ somos muy afortunados ya que yo tengo pueblo por adopción y precisamente por eso, creo que lo valoro aún más. Y es que Carlos, por si tuviera poco con ser un marido estupendo y el mejor padre que podía imaginar, me ha regalado también unos suegros maravillosos con una casa en un pueblito pequeño con las puertas bien abiertas en todo momento. Y lo niños, que también son unos privilegiados, pasan largas temporadas en verano con sus abuelos, aprovechando que sus vacaciones son más largas que las nuestras.

Hay dos cosas que valoro de pueblo sobre todas las demás. La primera es la familiaridad: recuerdo que empecé a sentirme una más muy pronto, prácticamente la primera vez veces que Carlos me llevó, cuando aún éramos novios. Me encanta llegar y encontrarme con todas esas caras conocidas. La segunda es la tranquilidad: para mí, el pueblo es como una zona de confort donde sabes que es muy difícil que ocurra algo malo. ¿En qué otro sitio del universo puedes relajarte tanto? Incluso si pierdo de vista a mis hijos durante varias horas, sé que estarán bien, jugando al aire libre o merendando en casa de algún amigo… El mayor peligro es que vuelvan a casa con algún rasguño.

Y os escribo esto recién llegada al pueblo de los padres de Carlos que, como os he dicho, también siento como mío. Como solemos hacer cada verano cuando cogemos vacaciones venimos a recoger a los niños y nos quedamos unos días antes de empezar el viaje familiar. Este año, además, las fechas coinciden con las fiestas patronales, que seguramente todos los del club de los ‘con pueblo’ identificaréis como el mejor momento del año. Nos esperan unos días largos de ceremonias, bailes, juegos, comidas y más bailes… Por suerte, me he traído mis nuevas cuñas de de piel FOSCO COLLECTION con suela combinada de yute y corcho tan bonitas y cómodas que no habrá verbena que se me resista. ¡Han sido mi gran adquisición de las rebajas!

¿Y vosotras, tenéis pueblo? ¿Os gusta ir de cuando en cuando? ¿Os identificáis con mis palabras o el pueblo os evoca otras sensaciones? ¡Contadme!

 

 

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