No sé si os acordaréis de que el año pasado mi hija Ana fue a su primer campamento de verano. La experiencia le gustó tanto que no sólo va a repetir sino que, además, ha conseguido arrastrarnos a toda la familia a acampar juntos en las próximas vacaciones.
Es la primera vez que vamos todos de camping y a mí, desde el principio, me pareció una idea divertida a la que no le veía más que ventajas:
– Los niños podrían disfrutar de mucha libertad, hacer nuevos amigos, jugar aquí y allá sin necesidad de supervisión continua, lo que también nos permitiría a nosotros estar más relajados.
– Es una alternativa estupenda para disfrutar de la naturaleza que tanto nos gusta: lo primero que vino a mi cabeza fueron atardeceres y amaneceres entre lagos, montañas y aire puro.
– Es una opción relativamente económica, incluso eligiendo, como hemos hecho, un camping con todas las comodidades.
– Pensé que, además, sería una manera estupenda de desconectar del ritmo del día a día y de reconectar con nosotros mismos y el entorno lejos de los ordenadores y las teles… Nos imaginaba cenando y riendo al aire libre sin otra distracción que el ruido de los grillos.
Pero os tengo que confesar que según se acerca el día y empiezo a preocuparme de la logística me están asaltando algunas dudas por si esa desconexión acabará por ser demasiado. ¿Qué llevo? ¿Hará bueno? ¿Y si llueve? ¿Habrá muchos insectos? ¿Descansaremos bien? ¿Funcionará el wifi? ¿Necesito un botiquín? ¿Nevera? ¿Nos aburriremos, llevo unos juegos? ¿Dónde vamos a meter todo esté montón de cosas?
No entiendo muy bien de dónde vienen todas estas dudas y creo que, simplemente empiezo a acusar el estrés y realmente necesito estos días para relajarme con los míos. De cualquiera de las maneras, si alguna de vosotras suele acampar con su familia habitualmente, agradecería todo consejo y cualquier palabra de sosiego. Help!
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